Oficio de hombres buenos


En la relación de Héroes y Heroínas del Trabajo de la República de Cuba, el nombre de Enildo Pérez del Rosario llama particularmente la atención porque consagró toda su energía por más de me­dio siglo a un oficio anónimo, difícil, de los menos reconocidos socialmente: sepulturero

 Ventura de Jesús García


Enildo Pérez del Rosario desborda sencillez. Foto: del autor
MATANZAS.—En la relación de Héroes y Heroínas del Trabajo de la República de Cuba que se hizo pública a inicios de mayo, es fácil comprobar en la escueta síntesis biográfica la proeza trazada por esos ocho cubanos a lo largo de su vida laboral.
Entre ellos llama particularmente la atención el nombre de Enildo Pérez del Rosario, no por más o menos hazañas conseguidas, sino porque consagró toda su energía por más de medio siglo a un oficio anónimo, difícil, de los menos reconocidos socialmente.
Es imposible calcular de antemano, sin mucho meditar, que un hombre decidido a ganarse la vida en un cementerio, ligado al drama de los muertos, ostente tan alta distinción y haya recibido infinidad de reconocimientos. Pero él no coincide con ese miramiento.
“Estoy muy orgulloso de lo que hice durante 54 años. Soy sepulturero y a mucha honra, y si volviera a tener 20 años, aún con todas las oportunidades que brinda hoy la Revolución, volvería a ser sepulturero”, sostiene este matancero que frisa las ocho décadas y se ha convertido en uno de los personajes más populares y respetables de la ciudad.
Enildo no parece endurecido por las exigencias de la profesión. Ya jubilado, sobrevive con extrema sencillez en su casita del barrio de Versalles, junto a su esposa Justina E. Lavín, mujer con una larga vida dedicada al magisterio. El patio de la casa da a la bahía matancera, y esa dicha geográfica resulta un consuelo para ambos ancianos.
A nuestra llegada se anuncia cariñosa y humildemente. “Dígame en qué puedo servirle”, y la frase ya casi en desuso no surte el efecto deseado, pues como es natural nadie desea los servicios de un sepulturero. No queda más remedio, sin embargo, que agradecerle la amabilidad aunque en el fondo uno diga como cualquier otro mortal: “solavaya”.
Confiesa que no tenía la menor idea de lo que iba a hacer con su vida cuando a los 17 años de edad comenzó como ayudante de albañil en el cementerio de San Carlos, donde llegó a realizar las labores más diversas hasta convertirse en sepulturero.
“Allí estuve algo más de 50 años, hasta hace muy poco que me jubilé. Nunca me ausenté un día del trabajo. No hay un solo lugarcito ni un episodio vinculado a esa necrópolis que no conozca a fondo. Te pudiera decir en qué lugar exacto está cada tumba”.
Tras un breve intercambio uno se da cuenta que el título de Héroe del Trabajo al matancero Enildo Pérez del Rosario, es un digno reconocimiento a su constancia como trabajador y un homenaje a todos aquellos que decidieron por ese oficio.
Pese a esa prodigiosa capacidad para ocultar sentimientos, Enildo revela que los enterradores son personas buenas y sensibles.
“Claro que lamentamos todas las muertes, sobre todo la de los niños. Nada resulta más conmovedor que los lamentos de una madre que perdió a un hijo pequeño. Es un destino muy cruel que desalma a cualquiera. Pero bueno, este es un servicio que todos necesitan en algún momento, y es humano estar allí para ayudar al doliente. A la larga terminas por asumirlo como un trabajo igual que otro cualquiera”.
Confiesa que hizo los servicios de miles de enterramientos y que uno de los funerales más grandiosos que recuerda fue el del expedicionario del yate Granma, Horacio Rodríguez, sepultado el día 4 de enero de 1959. Asegura no creer en fantasmas ni en supersticiones: “por 50 años estuve allí, muchas veces de noche, y nunca vi nada extraño ni escuché voces de ultratumba; eso es un cuento”.
Aunque reconoce que algún día le va a tocar, no piensa en su propia muerte ni en templo fabuloso para sus restos. “Quizá me muera mañana pero a mí no me duelen ni los cayos, nunca he ido al médico ni tengo historia clínica en ningún policlínico. Hace algún tiempo construí una bóveda donde está sepultada mi mamá y donde quisiera descansar finalmente. Es un pabellón sencillo, no quiero que me recuerden por lo fastuoso del sepulcro, sino por lo que hice en vida”.
Muy revelador de su natural sabiduría es que memorice muchos de los epitafios del cementerio matancero, y uno en particular le parece fascinante. La inscripción aparece en la segunda galería de la necrópolis, y dice: “Un padre nuestro por mí te pido que reces hermano, que más tarde o más temprano tú has de venir para aquí. Como te ves yo me vi, como me ves te verás, todo para en esto aquí. Piénsalo y no pecarás”. (TVY)(RPB)(Granma)(05/06/15)

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