El ocho de enero de 1959, con el arribo a La Habana de la Caravana de la Libertad, encabezada por Fidel Castro, los habaneros vibraron de alegría. Daba inicio una nueva etapa de la larga jornada revolucionaria…
El archipiélago cubano se había estremecido el día primero con el triunfo armado de la Revolución, y desde Santiago de Cuba la Caravana de la Libertad emprendió su recorrido hacia occidente.
Estaba formado el contingente por las columnas uno José Martí, de Fidel, y la tres Mario Muñoz, dirigida por el hoy Comandante de la Revolución Juan Almeida. En Bayamo se incorporaron los tanques tomados a la dictadura derrocada, y en Holguín se unió la Columna 17 Abel Santamaría, del Segundo Frente.
Habían transcurrido cinco años, cinco meses y cinco días desde el aldabonazo dado por los asaltantes de los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, aquel 26 de julio de 1953, que puso en pie de lucha al pueblo frente a la sangrienta tiranía pro imperialista de Batista.
Caravanistas y pobladores vivieron instantes inolvidables, matizados por el reencuentro entre familiares y amigos, escenas de júbilo repetidas en cada comunidad por donde pasaban los combatientes victoriosos.
En Holguín, Fidel hablo a los soldados del ejército batistiano en la granja Bayón, donde estaban acuartelados, y el verbo lúcido del Líder de la Revolución fue suficiente para que aquella tropa comprendiera que otros eran los momentos que vivía la nación cubana.
Cada nueva localidad que alcanzaba la Caravana motivaba un encuentro festivo y patriótico, y al mismo tiempo acentuaba la certeza de que el poder estaba en manos del pueblo y ninguna fuerza reaccionaria, interna o externa, podría ya revertir el curso de la historia.
En la ciudad de Cárdenas, el Comandante en Jefe hizo un alto el día siete para visitar a la mamá del mártir revolucionario José Antonio Echeverría, a quien rindió homenaje en su tumba del cementerio local.
Tras hablar en el parque de la Libertad de la ciudad de Matanzas, la Caravana enrumbaría por la carretera central para arribar a la capital del país el jueves ocho, sede de las instituciones representativas del poder político y militar pseudorrepublicano durante los 56 años precedentes.
Fidel viajaba en un tanque que había sido ocupado al ejército batistiano cuando la Caravana entró en la localidad de El Cotorro, donde abrazó a su hijo Fidelito y durante unos minutos visitó a los trabajadores de la fábrica de cerveza de la localidad.
Allí se unieron al grupo, Camilo Cienfuegos, Juan Almeida, Celia Sánchez y otros jefes de columnas guerrilleras.
El Líder de la Revolución prosiguió el recorrido en un yipi, y en la medida en que la Caravana se adentraba en céntricas avenidas se hacía patente que el pueblo habanero se había volcado masivamente para dar la bienvenida a los revolucionarios.
Para numerosos soldados del Ejército Rebelde, oriundos de las montañas y los campos del oriente cubano, era esa la primera vez en su vida que entraban en la ciudad de La Habana.
Al arribar al antiguo Palacio Presidencial, Fidel le dirigió la palabra a la muchedumbre que allí se congregaba, y posteriormente la Caravana prosiguió hasta el Campamento militar de Columbia, desde donde el Líder revolucionario hablaría al pueblo en horas de la noche.
De esa histórica jornada quedaría grabada la frase imborrable de Fidel: “¿Voy bien, Camilo?”, dirigida al inolvidable comandante Camilo Cienfuegos, el carismático habanero de sombrero alón y sonrisa ancha, a quien le prodigaba un gran afecto.
"Nuestra más firme columna, nuestra mejor tropa, la única tropa que es capaz de ganar sola la guerra, esa tropa es el pueblo. Más que el pueblo no puede un general, más que el pueblo no puede un ejército. Porque el pueblo es invencible y el pueblo fue quien ganó esta guerra”, dijo Fidel en aquel memorable discurso.
Algunos creyeron aquel ocho de enero que la lucha había concluido, y era tiempo de reposo para las armas, pero el devenir enseñaría que solo terminaba una etapa de la lucha para consolidar la independencia y la soberanía de la patria.
En el decursar de los años nuevas generaciones asumirían papeles protagónicos dentro de una sedimentada línea de principios, cuya estrategia victoriosa ha sido la unidad revolucionaria, la que debe seguir sosteniendo las jornadas aun por librar en el camino de construir una sociedad socialista libre, soberana y sustentable. (Por: Roberto Pérez Betancourt)(Actualizado en 07/01/15)
El archipiélago cubano se había estremecido el día primero con el triunfo armado de la Revolución, y desde Santiago de Cuba la Caravana de la Libertad emprendió su recorrido hacia occidente.
Estaba formado el contingente por las columnas uno José Martí, de Fidel, y la tres Mario Muñoz, dirigida por el hoy Comandante de la Revolución Juan Almeida. En Bayamo se incorporaron los tanques tomados a la dictadura derrocada, y en Holguín se unió la Columna 17 Abel Santamaría, del Segundo Frente.
Habían transcurrido cinco años, cinco meses y cinco días desde el aldabonazo dado por los asaltantes de los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, aquel 26 de julio de 1953, que puso en pie de lucha al pueblo frente a la sangrienta tiranía pro imperialista de Batista.
Caravanistas y pobladores vivieron instantes inolvidables, matizados por el reencuentro entre familiares y amigos, escenas de júbilo repetidas en cada comunidad por donde pasaban los combatientes victoriosos.
En Holguín, Fidel hablo a los soldados del ejército batistiano en la granja Bayón, donde estaban acuartelados, y el verbo lúcido del Líder de la Revolución fue suficiente para que aquella tropa comprendiera que otros eran los momentos que vivía la nación cubana.
Cada nueva localidad que alcanzaba la Caravana motivaba un encuentro festivo y patriótico, y al mismo tiempo acentuaba la certeza de que el poder estaba en manos del pueblo y ninguna fuerza reaccionaria, interna o externa, podría ya revertir el curso de la historia.
En la ciudad de Cárdenas, el Comandante en Jefe hizo un alto el día siete para visitar a la mamá del mártir revolucionario José Antonio Echeverría, a quien rindió homenaje en su tumba del cementerio local.
Tras hablar en el parque de la Libertad de la ciudad de Matanzas, la Caravana enrumbaría por la carretera central para arribar a la capital del país el jueves ocho, sede de las instituciones representativas del poder político y militar pseudorrepublicano durante los 56 años precedentes.
Fidel viajaba en un tanque que había sido ocupado al ejército batistiano cuando la Caravana entró en la localidad de El Cotorro, donde abrazó a su hijo Fidelito y durante unos minutos visitó a los trabajadores de la fábrica de cerveza de la localidad.
Allí se unieron al grupo, Camilo Cienfuegos, Juan Almeida, Celia Sánchez y otros jefes de columnas guerrilleras.
El Líder de la Revolución prosiguió el recorrido en un yipi, y en la medida en que la Caravana se adentraba en céntricas avenidas se hacía patente que el pueblo habanero se había volcado masivamente para dar la bienvenida a los revolucionarios.
Para numerosos soldados del Ejército Rebelde, oriundos de las montañas y los campos del oriente cubano, era esa la primera vez en su vida que entraban en la ciudad de La Habana.
Al arribar al antiguo Palacio Presidencial, Fidel le dirigió la palabra a la muchedumbre que allí se congregaba, y posteriormente la Caravana prosiguió hasta el Campamento militar de Columbia, desde donde el Líder revolucionario hablaría al pueblo en horas de la noche.
De esa histórica jornada quedaría grabada la frase imborrable de Fidel: “¿Voy bien, Camilo?”, dirigida al inolvidable comandante Camilo Cienfuegos, el carismático habanero de sombrero alón y sonrisa ancha, a quien le prodigaba un gran afecto.
"Nuestra más firme columna, nuestra mejor tropa, la única tropa que es capaz de ganar sola la guerra, esa tropa es el pueblo. Más que el pueblo no puede un general, más que el pueblo no puede un ejército. Porque el pueblo es invencible y el pueblo fue quien ganó esta guerra”, dijo Fidel en aquel memorable discurso.
Algunos creyeron aquel ocho de enero que la lucha había concluido, y era tiempo de reposo para las armas, pero el devenir enseñaría que solo terminaba una etapa de la lucha para consolidar la independencia y la soberanía de la patria.
En el decursar de los años nuevas generaciones asumirían papeles protagónicos dentro de una sedimentada línea de principios, cuya estrategia victoriosa ha sido la unidad revolucionaria, la que debe seguir sosteniendo las jornadas aun por librar en el camino de construir una sociedad socialista libre, soberana y sustentable. (Por: Roberto Pérez Betancourt)(Actualizado en 07/01/15)
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