Barbarito Diez en la memoria, eterno cantor

Roberto Pérez Betancourt

A Barbarito Diez, ese hombre alto y sereno, de piel oscura, rostro y cuerpo impávidos, que tantas horas alegró a los amantes de la música popular,  especialmente el danzón, se le extraña cuando se rememora en su magistral afinación, en especial al cumplirse este seis de mayo 19 años de su desaparición física.
  En presente quiero seguir recordando a quien bajo las luces de todos los escenarios rompió barreras y tabúes, y a fuerza de cantar lindo  asombró al mundo latino durante más de 58 años con su presencia y su voz  distintivas, que le granjearon el título inmortal de “Caballero de la música popular cubana”. 
  Nació Barbarito Diez en un lejano batey del ya demolido central azucarero San Rafael de Jorrín, en el municipio de Bolondrón –unos 140 kilómetros al sudeste de La Habana-, en la provincia de Matanzas. 
  Sin haber estudiado   música, este artista de talento innato mantuvo su brillo y estilo especiales en escenarios internacionales durante todo el tiempo que el aliento le duró, y todavía hoy sus grabaciones permiten a sus incontables admiradores remontar el tiempo y seguir soñando del brazo de la Macorina.
  Muchas personas  creen que Barbarito Diez nació en la región oriental de Manatí, provincia de las Tunas,  porque desde los cuatro años de edad su familia se trasladó a ese sitio, donde su padre Eugenio trabajaba como obrero.
   Cuentan los biógrafos del artista, que desde temprana edad escolar, la maestra  de la escuelita de Manatí, a la que asistía el niño, descubrió que este estaba dotado de una voz y entonación musical admirables, y alentó  sus instintos para cantar. 
  A los 20 años de edad, Barbarito Diez  estaba listo para conquistar el mundo del arte, y aunque eran tiempos duros, se despidió de los suyos y, confiado en su inspiración, se decidió a viajar a la capital del país.
  Muy pronto integró un trío con los célebres Graciano Gómez e Isaac Oviedo  y poco después alternó esas actuaciones con las que inició en la Orquesta danzonera de Antonio María Romeu, “el mago de las teclas”.
  A partir de entonces comenzaría a tejerse la fama del matancero  Barbarito Diez,   quien falleció en Ciudad de La Habana,  el seis de mayo de 1995, a los 85 años de edad.
  Numerosos fueron los apelativos elogiosos que espontáneamente especialistas y   aficionados a la música y al baile le regalaron a Barbarito con ánimo de homenajearlo, además del citado antes mucho se repiten: “La voz de oro del danzón”, y “El príncipe del danzón”.
  Sin pretender negar el derecho de cada cual a escoger sus sonoridades preferidas, cuando mis oídos sufren la arbitraria preferencia del encargado de la música enlatada, que se empeña en romper récord de decibeles esparcidos con eso que llaman reguetón, ¡cuánto extraño la inmortal melodía  de Barbarito Diez, el eterno cantor!

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