“Dormir es como un lapso de muerte”, sentencian falsamente quienes catalogan la vigilia forzada como sinónimo de vida intensa y desdeñan el sueño, al que identifican como tiempo de vida perdido.
¿Existe algún fundamento en esa especie de declaración filosófica, que sustenta determinados hábitos de conducta personal?
Algunas personas alardean de dormir poco para “aprovechar el tiempo al máximo”, mientras otras se regodean en la complacencia de un colchón mullido, como práctica habitual que linda con la holgazanería.
“Los extremos son siempre malos”, sentencia un psicólogo, dejando en suspenso la respuesta a la pregunta formulada, como si no quisiera tomar partido.
Ciertamente, las sociedades modernas imponen un ritmo diario muy agitado e incluyen compromisos y entretenimientos que roban tiempo al sueño. Sus consecuencias se aprecian en aumentos en el riesgo a contraer enfermedades.
Desde cardiopatías, irregularidades hormonales, obesidad, diabetes y variadas formas de cáncer se asocian actualmente al insuficiente descanso del sistema nervioso, derivación patológica de dormir menos de lo necesario.
La normal capacidad de razonar nos permite percatarnos que el humano interactúa en planos biológicos, psicológicos y sociales, los cuales imponen una variable carga de tensión y desgaste físico y nervioso.
Es fácil comprender que para compensar desbalances se requiere alimentación adecuada y hábitos regulares de higiene fisiológica, física y mental, que incluyen el imprescindible tiempo para dormir, exigencia del reloj biológico que cada persona siente y es capaz de saber cuándo queda satisfecha.
Obviamente, el sueño es la fórmula natural para restaurar la concentración mental y eliminar toxinas que entorpecen la lucidez del pensamiento. Estudios que abarcaron 10 mil personas, entre 32 y 49 años de edad, revelaron que quienes dedican menos de siete horas diarias al sueño son mucho más propensas a sufrir obesidad y otros padecimientos.
Aunque el mundo científico no ha llegado a conclusiones absolutas sobre la incidencia de la falta de sueño en la salud, la tendencia se inclina a conferirle una creciente importancia a reconocer la necesidad de dormir con regularidad.
En ese contexto subsiste el añejo problema de quienes tratan de dormir y, al no lograrlo, abren una puerta a la dependencia de ansiolíticos y otros compuestos químicos con secuelas que pueden llegar a ser graves para la salud.
La solución realmente está en descubrir malos hábitos como verdaderas causas del insomnio.
Beber licores y café en exceso, sedentarismo, posponer la atención de conflictos o enfermedades, y cualquier otro fenómeno que cause preocupación y altere el equilibrio psíquico personal puede devenir causa de pérdida de sueño.
En el caso de los niños es importante analizar cuántas horas pasan frente al televisor y la computadora, y qué programas o videojuegos captan su atención.
El origen del insomnio infantil suele radicar precisamente en irregularidades del horario para dormir y las emociones fuertes que excitan al muchacho y se fijan en su representación mental, impidiéndoles reposar.
Anualmente se realizan cientos de investigaciones vinculadas al tema referido, mientras los mercaderes de la medicina continúan anunciando preparados de propiedades milagrosas para dormir, los cuales, como otras drogas clásicas, “enganchan” a insomnes mientras enriquecen a especuladores.
Estadísticas de la Oficina Nacional de Seguridad de Tránsito en Carreteras, en Estados Unidos, estiman que cada año 100 mil accidentes vehiculares en ese país son provocados por la fatiga de un conductor que no ha dormido apropiadamente, y solo por esa causa más de mil 500 personas mueren y otras 71 mil resultan lastimadas.
Como el fenómeno del insomnio está presente en todas partes, esos datos contribuyen a una aproximación cuantitativa de lo peligroso puede devenir el criterio de que dormir es como un lapso de muerte.
Más bien lo correcto sería afirmar que el no dormir podría marcar la diferencia, y resultar tránsito definitivo de la vida a la muerte. (Por: Roberto Pérez Betancourt)(TVY)((actualizado en 28/08/15)
¿Existe algún fundamento en esa especie de declaración filosófica, que sustenta determinados hábitos de conducta personal?
Algunas personas alardean de dormir poco para “aprovechar el tiempo al máximo”, mientras otras se regodean en la complacencia de un colchón mullido, como práctica habitual que linda con la holgazanería.
“Los extremos son siempre malos”, sentencia un psicólogo, dejando en suspenso la respuesta a la pregunta formulada, como si no quisiera tomar partido.
Ciertamente, las sociedades modernas imponen un ritmo diario muy agitado e incluyen compromisos y entretenimientos que roban tiempo al sueño. Sus consecuencias se aprecian en aumentos en el riesgo a contraer enfermedades.
Desde cardiopatías, irregularidades hormonales, obesidad, diabetes y variadas formas de cáncer se asocian actualmente al insuficiente descanso del sistema nervioso, derivación patológica de dormir menos de lo necesario.
La normal capacidad de razonar nos permite percatarnos que el humano interactúa en planos biológicos, psicológicos y sociales, los cuales imponen una variable carga de tensión y desgaste físico y nervioso.
Es fácil comprender que para compensar desbalances se requiere alimentación adecuada y hábitos regulares de higiene fisiológica, física y mental, que incluyen el imprescindible tiempo para dormir, exigencia del reloj biológico que cada persona siente y es capaz de saber cuándo queda satisfecha.
Obviamente, el sueño es la fórmula natural para restaurar la concentración mental y eliminar toxinas que entorpecen la lucidez del pensamiento. Estudios que abarcaron 10 mil personas, entre 32 y 49 años de edad, revelaron que quienes dedican menos de siete horas diarias al sueño son mucho más propensas a sufrir obesidad y otros padecimientos.
Aunque el mundo científico no ha llegado a conclusiones absolutas sobre la incidencia de la falta de sueño en la salud, la tendencia se inclina a conferirle una creciente importancia a reconocer la necesidad de dormir con regularidad.
En ese contexto subsiste el añejo problema de quienes tratan de dormir y, al no lograrlo, abren una puerta a la dependencia de ansiolíticos y otros compuestos químicos con secuelas que pueden llegar a ser graves para la salud.
La solución realmente está en descubrir malos hábitos como verdaderas causas del insomnio.
Beber licores y café en exceso, sedentarismo, posponer la atención de conflictos o enfermedades, y cualquier otro fenómeno que cause preocupación y altere el equilibrio psíquico personal puede devenir causa de pérdida de sueño.
En el caso de los niños es importante analizar cuántas horas pasan frente al televisor y la computadora, y qué programas o videojuegos captan su atención.
El origen del insomnio infantil suele radicar precisamente en irregularidades del horario para dormir y las emociones fuertes que excitan al muchacho y se fijan en su representación mental, impidiéndoles reposar.
Anualmente se realizan cientos de investigaciones vinculadas al tema referido, mientras los mercaderes de la medicina continúan anunciando preparados de propiedades milagrosas para dormir, los cuales, como otras drogas clásicas, “enganchan” a insomnes mientras enriquecen a especuladores.
Estadísticas de la Oficina Nacional de Seguridad de Tránsito en Carreteras, en Estados Unidos, estiman que cada año 100 mil accidentes vehiculares en ese país son provocados por la fatiga de un conductor que no ha dormido apropiadamente, y solo por esa causa más de mil 500 personas mueren y otras 71 mil resultan lastimadas.
Como el fenómeno del insomnio está presente en todas partes, esos datos contribuyen a una aproximación cuantitativa de lo peligroso puede devenir el criterio de que dormir es como un lapso de muerte.
Más bien lo correcto sería afirmar que el no dormir podría marcar la diferencia, y resultar tránsito definitivo de la vida a la muerte. (Por: Roberto Pérez Betancourt)(TVY)((actualizado en 28/08/15)
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