Vigía tenía que nacer naturalmente, ante la proximidad de los ríos, la cercanía al sitio fundacional y por sobre todo; incitada por el halo verde azul de una bahía de profundas aguas que ilumina la ciudad.
Pero para Agustina Ponce, directora de la editorial, Vigía resume la matanceridad y de ella nace para nutrirse en la manufactura de sus libros que se construyen, si se quiere, a partir de la arqueología y de la sicología del yumurino como condición esencial para develar su espíritu de Vigía.
Matanzas Atenas, pero también Esparta; paraje y cobija de la poesía, pero igualmente de ritos africanos ancestrales; rehace la vida desde la humilde manufactura, donde la conspiración de colaboradores, simples trabajadores, escritores de talla internacional, disimulan junto a los textos más queridos, evidencias de sus vidas transparentadas en tejidos, hojas de árboles del patio de la casa, la flor ansiada o el color ideal para ilustrar versos que solo deben leerse en las tardes de nostalgia.
Vigía se parece a Matanzas, pero aún más al matancero; persona ilustrada, nostálgica y amante de las mansas aguas de sus ríos, esos que también fluyen bajo los puentes de sus textos, y depositan año tras año arena y grava en ediciones iluminadas que, por caprichos de artesanos, apenas sobrepasan los 200 ejemplares.
No es de extrañar que algunos matanceros cuenten que en las tardes, cuando el sol poniente ilumina la cinta de plata del San Juan, alguien acodado sobre el pretil del puente de Bailén, lanza una y otra vez miradas de aprobación hacia Vigía y desanda la ciudad, para encontrarse con el amor de su vida.(Por: José Miguel Solís)
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