Las enseñanzas derivadas de la invasión mercenaria a Cuba, organizada y financiada por el gobierno norteamericano en abril de 1961, el rechazo del pueblo armado, consciente de que defendía un sistema socialista, y la trascendencia militar y política de la victoria popular, constituyen sin dudas un conjuntos de experiencias perdurables para los cubanos y para todos los pueblos que han padecido la bota imperial.
Hace 54 años, en las arenas de Playa Girón, Bahía de Cochinos, los combatientes revolucionarios, guiados por el Comandante en jefe Fidel Castro rechazaron el artero ataque lanzado por la potencia militar del Norte y alcanzaron el trascendental triunfo, que repercutiría en la conciencia y la acción de generaciones de cubanos y de otros ciudadanos del mundo.
La degradada composición social de las huestes invasoras reunidas por los estrategas de la Agencia Central de Inteligencia y el Pentágono, evidenciaban que Estados Unidos no se resignaba a perder su dominio en un país que a lo largo de dos centurias ha ambicionada anexarse.
Para impedir que los cubanos pudieran por vez primera ejercer su verdadera soberanía, el mando estadounidense reclutó a ex militares de la sangrienta dictadura de Batista que mató a 20 mil ciudadanos, politiqueros corrompidos, latifundistas y elementos antisociales, a quienes armaron, entrenaron y abanderaron como “defensores de la democracia representativa”, los apoyaron militarmente por mar y aire, y los lanzaron a la aventura.
Los invasores mataron a decenas de civiles indefensos, con aviones norteamericanos engañosamente pintados con insignias cubanas ametrallaron a los milicianos y sembraron el luto de centenares de hogares.
Pero en menos de 72 horas fueron derrotados.
El mundo constataba una verdad hasta entonces ignorada por expertos de la gran potencia: Siempre que cuente con la unidad de su pueblo y la decisión de combatir, un país, aunque pequeño y pobre, puede enfrentar y vencer a un enemigo más poderoso, incluso a una potencia mundial.
Esa realidad sería contundentemente reiterada catorce años después por el pueblo vietnamita, tras una heroica resistencia y empuje beligerante que culminó con la expulsión de los invasores norteamericanos causándoles una bochornosa derrota.
La doctrina norteamericana que ambiciona a Cuba no ha cejado durante los últimos 54 años. Los métodos imperiales han alternado formas encubiertas y descaradamente injerencistas, transitando por invasiones, sabotajes y bloqueo sostenido.
Pero los cubanos cuentan con su propia doctrina militar que denominan “guerra de todo el pueblo”, diseñada para enfrentar cualquier agresión, resistir y vencer.
Esa doctrina se alimenta del arte militar desplegado y enriquecido en montes y llanos por varias generaciones de combatientes revolucionarios frente al colonialismo español y la opresión imperial norteamericana, recoge las enseñanzas de Playa Girón y la decisión y efectividad demostrada durante la Crisis de Octubre en 1962.
También se nutre de enseñanzas derivadas de enfrentar exitosamente alzamientos contrarrevolucionarios y acciones piratas en la década de los sesenta, y el cumplimiento de las misiones internacionalistas en apoyo a pueblos agredidos por fuerzas militares extranjeras.
El axioma de que solo con la fuerza del pueblo se pueden librar y ganar las batallas a favor de una causa justa se demostró en Girón y en otros escenarios. Esa fuerza se inspira en una ideología que alimenta la voluntad de prepararse, instruirse y entrenarse en aras de combatir eficientemente, lo que no excluye la intención diplomática de convivir en paz sobre la base de principios que preserven la soberanía e independencia de la patria de Martí y de Fidel.
Roberto Pérez Betancourt
Hace 54 años, en las arenas de Playa Girón, Bahía de Cochinos, los combatientes revolucionarios, guiados por el Comandante en jefe Fidel Castro rechazaron el artero ataque lanzado por la potencia militar del Norte y alcanzaron el trascendental triunfo, que repercutiría en la conciencia y la acción de generaciones de cubanos y de otros ciudadanos del mundo.
La degradada composición social de las huestes invasoras reunidas por los estrategas de la Agencia Central de Inteligencia y el Pentágono, evidenciaban que Estados Unidos no se resignaba a perder su dominio en un país que a lo largo de dos centurias ha ambicionada anexarse.
Para impedir que los cubanos pudieran por vez primera ejercer su verdadera soberanía, el mando estadounidense reclutó a ex militares de la sangrienta dictadura de Batista que mató a 20 mil ciudadanos, politiqueros corrompidos, latifundistas y elementos antisociales, a quienes armaron, entrenaron y abanderaron como “defensores de la democracia representativa”, los apoyaron militarmente por mar y aire, y los lanzaron a la aventura.
Los invasores mataron a decenas de civiles indefensos, con aviones norteamericanos engañosamente pintados con insignias cubanas ametrallaron a los milicianos y sembraron el luto de centenares de hogares.
Pero en menos de 72 horas fueron derrotados.
El mundo constataba una verdad hasta entonces ignorada por expertos de la gran potencia: Siempre que cuente con la unidad de su pueblo y la decisión de combatir, un país, aunque pequeño y pobre, puede enfrentar y vencer a un enemigo más poderoso, incluso a una potencia mundial.
Esa realidad sería contundentemente reiterada catorce años después por el pueblo vietnamita, tras una heroica resistencia y empuje beligerante que culminó con la expulsión de los invasores norteamericanos causándoles una bochornosa derrota.
La doctrina norteamericana que ambiciona a Cuba no ha cejado durante los últimos 54 años. Los métodos imperiales han alternado formas encubiertas y descaradamente injerencistas, transitando por invasiones, sabotajes y bloqueo sostenido.
Pero los cubanos cuentan con su propia doctrina militar que denominan “guerra de todo el pueblo”, diseñada para enfrentar cualquier agresión, resistir y vencer.
Esa doctrina se alimenta del arte militar desplegado y enriquecido en montes y llanos por varias generaciones de combatientes revolucionarios frente al colonialismo español y la opresión imperial norteamericana, recoge las enseñanzas de Playa Girón y la decisión y efectividad demostrada durante la Crisis de Octubre en 1962.
También se nutre de enseñanzas derivadas de enfrentar exitosamente alzamientos contrarrevolucionarios y acciones piratas en la década de los sesenta, y el cumplimiento de las misiones internacionalistas en apoyo a pueblos agredidos por fuerzas militares extranjeras.
El axioma de que solo con la fuerza del pueblo se pueden librar y ganar las batallas a favor de una causa justa se demostró en Girón y en otros escenarios. Esa fuerza se inspira en una ideología que alimenta la voluntad de prepararse, instruirse y entrenarse en aras de combatir eficientemente, lo que no excluye la intención diplomática de convivir en paz sobre la base de principios que preserven la soberanía e independencia de la patria de Martí y de Fidel.
Roberto Pérez Betancourt
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