Juliana AlfonsoAlarcón con su hija Elsa, quien le acompaña en casa |
Sin embargo, ahora comprendo por qué debería interesarme por Juliana AlfonsoAlarcón, natural del ingenio Triunvirato, a unos escasos 8 kilómetros de la ciudad de Matanzas. Y es que Chiquitica posee una memoria prodigiosa. Don en ocasiones tesoro. Otras, maldición.
Chiquitica
Era casi el mediodía de un miércoles caluroso y polvoriento cuando llamamos a la puerta de una desvencijada casita de madera que amenaza cada segundo venirse abajo.
Sin muchas explicaciones, pero con esa humildad que hace grande a la persona sencilla, llegamos hasta la habitación de Chiquitica. Juliana fue una mujer alta y fornida, que hoy desmenuza el día sentada en su cama, a falta de un merecido sillón. Se acompaña de sus recuerdos y en custodia, casi de guardia, ante el rincón donde se venera el nacimiento y la muerte, el bien y el mal.
¿Elegguá?, preguntamos
“Él y otros más, mi´jo”. Confiesa para junto a una sonrisa invitarnos a la complicidad de la conversación y en franco don adivinatorio asentir: “Es cierto, nací en el barracón del ingenio Triunvirato, cerquitica de aquí, y fue la negra Encarnación Alfonso quien me cortó la tripa del ombligo en 1921.
En ese tiempo el central hacia demasiado que no molía y a los negros les habían dado el barracón para que vivieran en libertad, vivíamos en condiciones pésimas, pésimas”.
Juliana, su padre Joaquín, Isabel, la abuela materna y su madre Mercedes, así como no pocos descendientes africanos del poblado de Cidra llevan curiosamente el apellido Alfonso, el mismo de la familia que desde el siglo XIX, fuese propietaria del célebre trapiche, fundado sobre el azúcar y la sangre.
¿Es cierto que su abuela materna era esclava?
“Es verdad, mi´jo. Mi abuela materna Isabel, aún siendo esclava del ingenio Triunvirato era una mujer muy limpiecita, perfumada y llena de cadenas de oro que trabajaba en la vivienda de Don Cristóbal. Se hacía unas trenzas que era la envidia de la señora y fíjate que si era de armas tomar que una vez por poco mata a su ama porque ésta le había prohibido hacerse las trenzas y le dio cuerazos... Se salvó por pura casualidad”.
“Luego del altercado el ama le entrega una carta para que la llevara al ingenio en la que ordenaba que le quitaran la vida y -como los orishas siempre nos acompañan- Isabel se encuentra con su hermano Longino que sabía leer y éstele ordena que se esconda hasta que pudiese comprarle su libertad a Don Cristóbal. Por suerte Longino tenía enterrados mil pesos oro y con ese dinero le compró no la liberad, sino la vida porque a Isabel le iban a dar el bocabajo hasta que muriese”.
“Era una mujer brava de verdad, mi abuela Isabel. Luego de eso se coloca en La Habana porque a ella le gustaba cuidar niños, creo que por ahí tengo una foto de ella. Mi papá aprendió mucho, desde el campo hasta la albañilería, él sabía tocar el tambor Yuka, ese con el que los negros se cuentan cosas que solo ellos entienden”.
“¿El secreto de la vida? Trabajar, no hacer daño a nadie, no robar ni ambicionar y siempre dedicarle un canto a Elewá y darle de comer para que nos de Didara, -salud-, Oriré, -suerte- y Owó,-prosperidad y desenvolvimiento-. Yo siempre le canto y me presento así: Laroyé Elegguá. Elegguá Laroyé a su comaché ichá fofá guara omi tuto…”. Entonces su hija me explica: “le pide que pueda caminar con salud, que no haya enfermos, que no haya perdidas, que no haya muerte”.
Chiquita deja de mirar su altar por unos segundos y retoma el diálogo: “tengo muy buena salud, a no ser por mi rodilla lastimada de tantas caídas, pero leo sin espejuelos y no me duele nada. Nunca me he quedado sin comer y tampoco me gusta estar por ahí protestando. Me siento muy bien con todos mis vecinos, solo desearía tener un altar como merecen mis santicos”.
“¿Las cosas que más he amado? A mis padres, pero sobre todo a mi papá, le amé con veneración y siempre le recuerdo. Lo acompañaba en todo y cuando regresaba de trabajar de por ahí, era yo la primera que le esperaba en la terminal de Cidra. La verdad es que me siento feliz con la vida que he tenido, y sobre todo cuando tenía vivos a mis padres, de verdad que los quería con delirio, con toda mi alma”.
Chiquita, una mujer que desde niña se desempeñó en labores domésticas, conserva como curioso don indelebles detalles de primera mano sobre la reconcentración de Valeriano Weyler, de la acampada del General Maceo cerca de Triunvirato, de la vida de Juan Gualberto Gómez, el hermano espiritual de José Martí, e incluso; de las dos visitas que realizara Fidel Castro en calidad de abogado a Ácanas antes de 1959, cuando defendió a trabajadores azucareros. Pero para no hacer mayor la relatoría, solo señalar que participó junto a su esposo en labores conspirativas del 26 de Julio con Humberto Álvarez.
Juliana Alfonso Alarcón, por insinuaciones de la vida se instituye con sus 93 años como invaluable referente de la trata negrera en Cuba. Curiosamente vive a unos escasos 500 metros del antiguo ingenio Triunvirato donde se alza el Monumento al Esclavo Rebelde, sitio que reverencia la figura de la leyendaria Carlota, quien el domingo 5 de noviembre de 1843, lideró la célebre sublevación. Para colmo de coincidencias, tanto Chiquitica como Carlota, tuvieron ancestros lucumíes.(Por: José Miguel Solís)(01/04/2015)
Contar historias aprendidas es como volver a vivirlas. |
Juliana AlfonsoAlarcón venera a Elegguá y a otros santicos |
Con su hija Elsa Guedes Alfonso |
Juliana Alfonso Alarcón en 1970 |
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