Cuando cerró los ojos por última vez el 5 de marzo de 1933, hace 82 años, Juan Gualberto Gómez y Ferrer aquel hijo de esclavos, nacido libre por la voluntad de unos padres abnegados, se había granjeado el cariño y el reconocimiento de los cubanos justos por su ejemplar ejecutoria.
A pesar de infundios y mezquindades por parte de individuos sin suficiente talla moral, que trataron de restarle los méritos que jamás reclamó, pero que en justicia le pertenecen, Juan Gualberto supo librar batalla constante para que un día su patria y sus hermanos todos verdaderamente se sacudieran el yugo colonial.
Nació libre por la voluntad de sus padres esclavos Fermín Gómez y Serafina Ferrer, quienes compraron el vientre de la madre antes que llegara su hijo el 12 de julio de 1854, en la finca Vellocino de Oro, Sabanilla del Encomendador, provincia de Matanzas -120 kilómetros al sudeste de Ciudad de La Habana-.
Arribó libre al mundo de barracones y cañaverales, pero en el patio de castigo de la hacienda sus ojos se llenaron con imágenes de sus hermanos negros uncidos, las manos apresadas y los pies descalzos, mientras las espaldas se les doblaban bajo el látigo del mayoral español.
Durante sus primeros diez años el niño fue asimilando aquella injusta realidad hasta comprender que para ser libre era menester mucho más que una carta de manumisión bajo un régimen colonial esclavista.Siete meses después del inicio de la Guerra de Independencia -10 de octubre de 1868-, el joven fue enviado a París para que aprendiera el oficio de carruajero,ayudado por Doña Catalina, dueña del ingenio donde había nacido, y los ahorros paternos.
En Europa Juan Gualberto conoció el pensamiento revolucionario francés, fue testigo de las revueltas que condujeron a la Comuna de París, allí nació en él la vocación periodística y creció la de político y patriota abierto a nuevos horizontes humanísticos.
Biógrafos destacan la influencia que Francisco Vicente Aguilera, vicepresidente de la República en Armas, ejerció en el emigrante cuando este le sirvió de intérprete en Francia, a donde el primero había llegado en procura de ayuda para la revolución en Cuba.
José Martí y Juan Gualberto se conocieron a finales del año 1878 y entablaron una amistad basada en principios de rechazo a cualquier otra alternativa de separación de España que no fuera la plena soberanía de la patria.
Por sus actividades conspirativas, Gómez Ferrer fue deportado a España, guardó presidio en Ceuta y se mantuvo firme en sus principios. En 1882, sin imposiciones
arbitrarias, fue liberado y se estableció en Madrid donde prosiguió su labor periodística y revolucionaria.
Cuando el endurecido patriota retornó a Cuba en 1890 se puso a las órdenes de José Martí para preparar la segunda etapa de la Guerra Necesaria en pos de la Independencia.
El historiador José Ramón González ha señalado que “... a partir de 1892, Juan Gualberto se convierte en el hombre de confianza de Martí en Cuba. Tendrá en sus manos los hilos conspiradores y dará a conocer sus dotes de astucia,
inteligencia y fidelidad”.
Por su parte, el investigador Raúl Rodríguez la O subraya que Martí reconoció en Juan Gualberto ”... al hombre capaz, confiable, que arrastraba gente y a quien la masa negra cubana seguía; de ahí que lo eligió como su representante y
del Partido Revolucionario Cubano en la amada patria”.
El 23 de febrero de 1895, Juan Gualberto partió hacia la finca La Ignacia, en las afueras de la ciudad de Matanzas, sitio de reunión de complotados en un levantamiento armado, para desde allí dirigirse a la cercana localidad de Ibarra,
donde al día siguiente darían el esperado grito libertario, simultáneamente con otros lugares del país.
Pero la acción de Ibarra fracasó. Juan Gualberto fue apresado y una vez más deportado a Ceuta, en esta ocasión con una condena de 20 años de destierro por el delito de rebelión.
Aunque alejado de los escenarios de combate en su patria, el espíritu rebelde del mulato culto no se amilanó y se dedicó a lo que desde siempre lo inclinó su vocación: Ayudar a sus compañeros de cautiverio.
Por el fracaso momentáneo del 24 de febrero, Juan Gualberto sufrió muchas críticas. En su defensa salieron varios cubanos dignos como Julio Sanguily: “Veo la infamia que con Ud. se comete… El único hombre que realmente reúne las
condiciones para sustituir a Martí es Juan Gualberto. Sí. ¡Usted, y sólo Usted! Valor, gran inteligencia, sobrada instrucción y gran práctica en las cosas de este mundo… sólo en su contra en esta sociedad, hoy tan corrompida, hay una cosa, su color”.
Con la caída en combate de José Martí aquel aciago 19 de mayo de 1895, en Dos Ríos, las riendas políticas de la Revolución cubana transcurrieron por senderos tortuosos, que confluyeron en la intervención norteamericana en la contienda frente a España con la intención implícita de anexarse a Cuba y adueñarse de otros de sus territorios coloniales.
La historia nos recuerda cómo el naciente imperialismo norteamericano logró su propósito de intervenir oportunistamente en la guerra hispano-cubano y tras la
capitulación española introdujo condicionamientos que para los verdaderos patriotas, como Juan Gualberto, eran inaceptables.
Durante la pseudorrepública, Juan Gualberto mantuvo una actitud cívica e intransigente frente a las imposiciones imperialistas, fue congresista y fundador del diario Patria en 1925 e integró la Academia de la Historia de Cuba.
El anhelo de Juan Gualberto, el mismo de Martí, de Antonio Maceo y de todos los verdaderos independentistas cubanos, llegaría finalmente el primero de enero de 1959, no por concesión ni dádiva, sino obtenido al filo del coraje de una tropa que había iniciado acciones en 1868 y en sucesivos relevos generacionales conquistó para su patria la libertad entera. (TVY)(Actualizado en 05/03/15).
A pesar de infundios y mezquindades por parte de individuos sin suficiente talla moral, que trataron de restarle los méritos que jamás reclamó, pero que en justicia le pertenecen, Juan Gualberto supo librar batalla constante para que un día su patria y sus hermanos todos verdaderamente se sacudieran el yugo colonial.
Nació libre por la voluntad de sus padres esclavos Fermín Gómez y Serafina Ferrer, quienes compraron el vientre de la madre antes que llegara su hijo el 12 de julio de 1854, en la finca Vellocino de Oro, Sabanilla del Encomendador, provincia de Matanzas -120 kilómetros al sudeste de Ciudad de La Habana-.
Arribó libre al mundo de barracones y cañaverales, pero en el patio de castigo de la hacienda sus ojos se llenaron con imágenes de sus hermanos negros uncidos, las manos apresadas y los pies descalzos, mientras las espaldas se les doblaban bajo el látigo del mayoral español.
Durante sus primeros diez años el niño fue asimilando aquella injusta realidad hasta comprender que para ser libre era menester mucho más que una carta de manumisión bajo un régimen colonial esclavista.Siete meses después del inicio de la Guerra de Independencia -10 de octubre de 1868-, el joven fue enviado a París para que aprendiera el oficio de carruajero,ayudado por Doña Catalina, dueña del ingenio donde había nacido, y los ahorros paternos.
En Europa Juan Gualberto conoció el pensamiento revolucionario francés, fue testigo de las revueltas que condujeron a la Comuna de París, allí nació en él la vocación periodística y creció la de político y patriota abierto a nuevos horizontes humanísticos.
Biógrafos destacan la influencia que Francisco Vicente Aguilera, vicepresidente de la República en Armas, ejerció en el emigrante cuando este le sirvió de intérprete en Francia, a donde el primero había llegado en procura de ayuda para la revolución en Cuba.
José Martí y Juan Gualberto se conocieron a finales del año 1878 y entablaron una amistad basada en principios de rechazo a cualquier otra alternativa de separación de España que no fuera la plena soberanía de la patria.
Por sus actividades conspirativas, Gómez Ferrer fue deportado a España, guardó presidio en Ceuta y se mantuvo firme en sus principios. En 1882, sin imposiciones
arbitrarias, fue liberado y se estableció en Madrid donde prosiguió su labor periodística y revolucionaria.
Cuando el endurecido patriota retornó a Cuba en 1890 se puso a las órdenes de José Martí para preparar la segunda etapa de la Guerra Necesaria en pos de la Independencia.
El historiador José Ramón González ha señalado que “... a partir de 1892, Juan Gualberto se convierte en el hombre de confianza de Martí en Cuba. Tendrá en sus manos los hilos conspiradores y dará a conocer sus dotes de astucia,
inteligencia y fidelidad”.
Por su parte, el investigador Raúl Rodríguez la O subraya que Martí reconoció en Juan Gualberto ”... al hombre capaz, confiable, que arrastraba gente y a quien la masa negra cubana seguía; de ahí que lo eligió como su representante y
del Partido Revolucionario Cubano en la amada patria”.
El 23 de febrero de 1895, Juan Gualberto partió hacia la finca La Ignacia, en las afueras de la ciudad de Matanzas, sitio de reunión de complotados en un levantamiento armado, para desde allí dirigirse a la cercana localidad de Ibarra,
donde al día siguiente darían el esperado grito libertario, simultáneamente con otros lugares del país.
Pero la acción de Ibarra fracasó. Juan Gualberto fue apresado y una vez más deportado a Ceuta, en esta ocasión con una condena de 20 años de destierro por el delito de rebelión.
Aunque alejado de los escenarios de combate en su patria, el espíritu rebelde del mulato culto no se amilanó y se dedicó a lo que desde siempre lo inclinó su vocación: Ayudar a sus compañeros de cautiverio.
Por el fracaso momentáneo del 24 de febrero, Juan Gualberto sufrió muchas críticas. En su defensa salieron varios cubanos dignos como Julio Sanguily: “Veo la infamia que con Ud. se comete… El único hombre que realmente reúne las
condiciones para sustituir a Martí es Juan Gualberto. Sí. ¡Usted, y sólo Usted! Valor, gran inteligencia, sobrada instrucción y gran práctica en las cosas de este mundo… sólo en su contra en esta sociedad, hoy tan corrompida, hay una cosa, su color”.
Con la caída en combate de José Martí aquel aciago 19 de mayo de 1895, en Dos Ríos, las riendas políticas de la Revolución cubana transcurrieron por senderos tortuosos, que confluyeron en la intervención norteamericana en la contienda frente a España con la intención implícita de anexarse a Cuba y adueñarse de otros de sus territorios coloniales.
La historia nos recuerda cómo el naciente imperialismo norteamericano logró su propósito de intervenir oportunistamente en la guerra hispano-cubano y tras la
capitulación española introdujo condicionamientos que para los verdaderos patriotas, como Juan Gualberto, eran inaceptables.
Durante la pseudorrepública, Juan Gualberto mantuvo una actitud cívica e intransigente frente a las imposiciones imperialistas, fue congresista y fundador del diario Patria en 1925 e integró la Academia de la Historia de Cuba.
El anhelo de Juan Gualberto, el mismo de Martí, de Antonio Maceo y de todos los verdaderos independentistas cubanos, llegaría finalmente el primero de enero de 1959, no por concesión ni dádiva, sino obtenido al filo del coraje de una tropa que había iniciado acciones en 1868 y en sucesivos relevos generacionales conquistó para su patria la libertad entera. (TVY)(Actualizado en 05/03/15).
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