En el Día de la Prensa Cubana


En el aniversario 123 de la fundación del periódico Patria por el héroe nacional José Martí, el 14 de marzo, celebramos el Día de la Prensa Cubana,  instituido en igual fecha de 1992. La ocasión siempre es propicia para  reflexionar sobre los retos que afronta  el comunicador periodístico para desempeñarse eficazmente en la actualidad a través de los diversificados medios de difusión masiva, dotados con tecnologías que han revolucionado las formas de hacer y de transmitir los mensajes.
   La última década continuó marcando en nuestro país discretos avances en el ejercicio del periodismo, sobre todo en soporte  digital con una multiplicación de la presencia  en Internet, lo que de hecho obligó a numerosos colegas a  aplicarse para asimilar nuevos conocimientos tecnológicos, aunque lamentablemente algunos han preferido quedarse en la tecla de la máquina de escribir y no faltan quienes todavía optan por el lápiz y el bolígrafo para redactar.
  En ese lapso, las armas de penetración ideológica con intenciones desestabilizadoras por parte del gobierno de Estados Unidos, lejos de  permanecer pasivas se extendieron y multiplicaron.
  Desde hace 56 años Cuba sufre un férreo bloqueo económico, financiero y comercial, al que se suma el bombardeo sistemático  de transmisiones radiotelevisadas dirigidas a confundir y promover la sedición interna, y programas novísimos de penetración a través de las tecnologías digitales, además de  multiplicidad de medios electrónicos en la red de redes
   Es un reto  que demanda inteligencia y dedicación para refutar con certeza los embates enemigos, envueltos en colorido celofán y lentejuelas de oropel, con el propósito de atrapar incautos mediante trampas de desinformación y el anexionismo neoliberal.
  En ese contexto, es lamentable que la prensa plana en provincias aun no disponga de una salida diaria y tenga que seguir dependiendo de un semanario de insuficente circulación y perfil limitado, por lo que muchos eventos siguen sin ser difundidos y los historiadores del futuro, que busquen en el papel periódico fuentes de inspiración y documentación,  hallarán lagunas y desiertos.
   Ciertamente, no es la del periodista una profesión aséptica, ajena a la lucha de clases, por tanto no debe evadir el deber social del hombre capaz de interiorizar verdades y  discernir entre el bien y el mal, entre la justicia y la injusticia.
   Hay quienes deambulan por el mundo o se agazapan en madrigueras disfrazando su desempeño venenoso con  ropajes  engañosos de imparcialidad informativa --como los autotitulados “reporteros sin fronteras”, o  “disidentes domésticos”--, falsa premisa que les sirve para encubrir sus propias miserias humanas y extender la mano en procura de  dadivosas prebendas.
  Periodistas, por fortuna muchos, anteponen a la satisfacción de sus necesidades materiales el cumplimiento de un deber social interiorizado desde las filas mismas de la humanidad doliente.
    A esta estirpe pertenecen los periodistas José Martí, Pablo de la Torriente,  Juan Manuel Márquez, y millares de colegas más que a través del tiempo  asumieron y asumen  su profesión como sacerdocio de servicio público y cátedra de enseñanza ética y profesional.
    Ellos no cierran la vista ante lo criticable en el ámbito doméstico o extranjero, dispuestos a lidiar contra  males externos e internos, sin admitir extremismos ni aceptar concesiones, actúan sobre la base del análisis sereno, arrimando el hombro y la acción del lado del deber.
  ¡Es tanto lo que  falta por aprender en esta apasionante profesión periodística cuyo horizonte tecnológico se amplía  día a día y nos reta, sin tregua para el reposo!
   Por citar solo un ejemplo actual, Internet  posibilita globalizar  intenciones comunicativas a través de decenas de publicaciones digitales habilitadas, pero para materializar  propósitos es imprescindible trascender  localismos.
  Es ese un  periodismo  conjugador de  letras,  imágenes, sonidos, vídeos y colores, que en nuestro ámbito debe aún seguir rompiendo ataduras mentales y  sacudir inhibiciones aldeanas  para expandir su potencial desde cualquier rincón que se genere.
   No se puede ignorar que en igual sentido obran  las publicaciones digitales orquestadas y financiadas intencionalmente contra el pueblo de Cuba.
   Como vemos, la guerra mediática que afrontan los cubanos se desarrolla dentro y allende sus fronteras.
   En el ámbito global no basta disponer de publicaciones y páginas web. Sigue siendo  imprescindible que la intencionalidad se despoje del verbalismo y se vista de profesionalidad adquirida a través del estudio urgente, diverso, y la práctica consecuente, sin dudas un reto actual, fundamental,  para el periodismo cubano.

Roberto Pérez Betancourt

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