El largo inventario de vocablos y frases que pronunciamos posee la virtud de iluminar sonrisas, abrir las puertas y ventanas del corazón, transmitir paz, felicidad, tranquilidad física y espiritual y tornar la cotidianidad mucho más agradable.
Practicar el hábito de la lectura es clave para el enriquecimiento del vocabulario y elevar la cultura personal, sobre todo cuando comienza desde edades tempranas, aunque nunca es tarde para iniciarse en la gran aventura de los libros. Pero lo cierto es que una jerga de neologismos malsonantes ha ido apocando la cortesía: “Acere, ¿quevolá enel gao? ¿La temba se giró pa’l bisnei o estapasmá? ¡Si no tequita del medio te bajo un avión!
¿Usted entendió lo anterior? Le ayudo a traducir, por si acaso: Amigo, ¿qué problemas tienes en la casa? ¿La abuela te dio el dinero o no tiene? Con su permiso, ¿me permite pasar?
Buenos días, gracias, me hace el favor, tiene usted la bondad, le ofrezco disculpas, sería tan amable, agradezco su atención, dispense la molestia... y muchas otras frases gratas al oído, lamentablemente están en decadencia.
Usted las ha escuchado antes. Pero concordará en que han ido desapareciendo del lenguaje coloquial, incluso cuando su empleo debiera formar parte de lo que llamamos ética profesional. Lo sorprendente es que quienes se expresan mal, generalmente lo hacen con una naturalidad que no suena a intención de ofender, sino a falta de educación elemental. Sin embargo...
“Todo el que habla de palabras está hablando de conductas”, dice la médica psiquiatra Elsa Gutiérrez, y añade que hay que cultivar los sentimientos superiores en el hombre desde pequeños; la lealtad, el concepto del sacrificio, el amor a las gentes y a la naturaleza, la disposición de luchar por las causas justas...
Cultivar la sensibilidad y transmitir en forma directa los valores que encierran las palabras mágicas del buen decir y del buen hacer es tarea de abuelos y de padres, de maestros y doctores: responsabilidad de la gran familia que llamamos sociedad. (Por: Roberto Pérez Betancourt)(10/02/15)
Practicar el hábito de la lectura es clave para el enriquecimiento del vocabulario y elevar la cultura personal, sobre todo cuando comienza desde edades tempranas, aunque nunca es tarde para iniciarse en la gran aventura de los libros. Pero lo cierto es que una jerga de neologismos malsonantes ha ido apocando la cortesía: “Acere, ¿quevolá enel gao? ¿La temba se giró pa’l bisnei o estapasmá? ¡Si no tequita del medio te bajo un avión!
¿Usted entendió lo anterior? Le ayudo a traducir, por si acaso: Amigo, ¿qué problemas tienes en la casa? ¿La abuela te dio el dinero o no tiene? Con su permiso, ¿me permite pasar?
Buenos días, gracias, me hace el favor, tiene usted la bondad, le ofrezco disculpas, sería tan amable, agradezco su atención, dispense la molestia... y muchas otras frases gratas al oído, lamentablemente están en decadencia.
Usted las ha escuchado antes. Pero concordará en que han ido desapareciendo del lenguaje coloquial, incluso cuando su empleo debiera formar parte de lo que llamamos ética profesional. Lo sorprendente es que quienes se expresan mal, generalmente lo hacen con una naturalidad que no suena a intención de ofender, sino a falta de educación elemental. Sin embargo...
“Todo el que habla de palabras está hablando de conductas”, dice la médica psiquiatra Elsa Gutiérrez, y añade que hay que cultivar los sentimientos superiores en el hombre desde pequeños; la lealtad, el concepto del sacrificio, el amor a las gentes y a la naturaleza, la disposición de luchar por las causas justas...
Cultivar la sensibilidad y transmitir en forma directa los valores que encierran las palabras mágicas del buen decir y del buen hacer es tarea de abuelos y de padres, de maestros y doctores: responsabilidad de la gran familia que llamamos sociedad. (Por: Roberto Pérez Betancourt)(10/02/15)
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