Los botes reposaban.Para llegar a ellos había que adentrarse antes en el refugio de fauna Guanaroca-Gavilán. Atravesar el sendero de las Güiras. Subir al mirador de rústicas tablas y observar el paisaje del área protegida.
En el embarcadero, abordamos las naves acuáticas, piloteadas a remos, por hombres curtidos por el sol. Con capacidad máxima para cuatro tripulantes, nos adentramos en la fangosa laguna, de solo unos centímetros de profundidad.
A lo lejos, comunidades de flamencos rosados, se reunían para teñir el río con su colorido. El remero, avanzaba lentamente para no asustarlos. Un simple acercamiento de desconocidos en su territorio, los asustaba o los alertaba que debían apartarse al unísono en un despegue armonioso.
Los flamencos rosados surcaban el cielo como saetas de flechas. Huían despavoridos y se asentaban a unos metros de donde estaban. Toda una escena de arte en un paraje rodeado del verde de la naturaleza. (Texto y Fotos: Lis García Arango)
En el embarcadero, abordamos las naves acuáticas, piloteadas a remos, por hombres curtidos por el sol. Con capacidad máxima para cuatro tripulantes, nos adentramos en la fangosa laguna, de solo unos centímetros de profundidad.
A lo lejos, comunidades de flamencos rosados, se reunían para teñir el río con su colorido. El remero, avanzaba lentamente para no asustarlos. Un simple acercamiento de desconocidos en su territorio, los asustaba o los alertaba que debían apartarse al unísono en un despegue armonioso.
Los flamencos rosados surcaban el cielo como saetas de flechas. Huían despavoridos y se asentaban a unos metros de donde estaban. Toda una escena de arte en un paraje rodeado del verde de la naturaleza. (Texto y Fotos: Lis García Arango)
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