El tema de los precios de productos agropecuarios adquiere cada día más atención y comentarios populares en mercados de todo tipo, programas radiotelevisados y en la cola del pan. Se acentúa en diciembre, mes de fiestas y conmemoraciones.
Quienes opinan sobre precios, ofertas y demandas e inercia de las entidades que debieran ocuparse de la protección al consumidor, lo hacen con la vehemencia propia de expertos, aunque no pasen de ser aficionados en recorrer mercados, observar conductas y comprar hasta donde les alcancen las monedas. Cada quien tiene su propia versión sobre las causas de que un raquítico plátano fruta se venda al equivalente de cinco veces el pasaje corriente en ómnibus urbano, o que una libra de bistec de cerdo (tres unidades) equivalga a dos días de salario nominal de un profesional.
Si a esa verdad intentamos aplicarle postulados de economía política, corremos el riesgo de sufrir un infarto cerebral.
Igual si nos adentramos a desentrañar la relación inseparable de los precios de agropecuarios con los que productos de primera necesidad que se expenden en las tiendas llamadas recaudadoras de divisas, donde ahora se expresan precios en ambas monedas en circulación, y se torna más evidente que una libra de garbanzos en la “shopping” del barrio equivale a 40 pesos en moneda nacional, o que un litro de aceite cuesta 60 pesos.
La relación es más estridente en el caso del pollo, el cerdo, el jamón y otros productos alimenticios. ¿Cómo esperar entonces que los humildes frijoles negros o colorados y la manteca de cerdo se comercialicen a menos de lo que hoy cobran los vendedores?
Evidentemente, cualquier análisis o incidencia sobre precios agropecuarios no puede pasar por alto los que rigen sobre semejantes o equivalentes productos en todos los mercados.
Pretender ignorar esta realidad puede conducir a serios errores de cálculo, típicos del idealismo subjetivo, y en materia de economía, ese tipo de error, más tarde, o más temprano, pasa su propia cuenta. (Por:
Roberto Pérez Betancourt)(22/12/14)
Quienes opinan sobre precios, ofertas y demandas e inercia de las entidades que debieran ocuparse de la protección al consumidor, lo hacen con la vehemencia propia de expertos, aunque no pasen de ser aficionados en recorrer mercados, observar conductas y comprar hasta donde les alcancen las monedas. Cada quien tiene su propia versión sobre las causas de que un raquítico plátano fruta se venda al equivalente de cinco veces el pasaje corriente en ómnibus urbano, o que una libra de bistec de cerdo (tres unidades) equivalga a dos días de salario nominal de un profesional.
Si a esa verdad intentamos aplicarle postulados de economía política, corremos el riesgo de sufrir un infarto cerebral.
Igual si nos adentramos a desentrañar la relación inseparable de los precios de agropecuarios con los que productos de primera necesidad que se expenden en las tiendas llamadas recaudadoras de divisas, donde ahora se expresan precios en ambas monedas en circulación, y se torna más evidente que una libra de garbanzos en la “shopping” del barrio equivale a 40 pesos en moneda nacional, o que un litro de aceite cuesta 60 pesos.
La relación es más estridente en el caso del pollo, el cerdo, el jamón y otros productos alimenticios. ¿Cómo esperar entonces que los humildes frijoles negros o colorados y la manteca de cerdo se comercialicen a menos de lo que hoy cobran los vendedores?
Evidentemente, cualquier análisis o incidencia sobre precios agropecuarios no puede pasar por alto los que rigen sobre semejantes o equivalentes productos en todos los mercados.
Pretender ignorar esta realidad puede conducir a serios errores de cálculo, típicos del idealismo subjetivo, y en materia de economía, ese tipo de error, más tarde, o más temprano, pasa su propia cuenta. (Por:
Roberto Pérez Betancourt)(22/12/14)
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