Los márgenes de la calle Narváez, en Matanzas, nunca antes habían estado tan concurridos, y mucho menos las inmediaciones de la conocida Clínica Tamargo, hace tan solo unos años atrás, la Dirección Municipal de Educación.
Jóvenes y no tan jóvenes esperaban por la inauguración de un acto creativo totalmente efímero, pero sí necesario para los que pueblan esta urbe de valores arquitectónicos, muchos de los cuales se encuentran en el olvido o depredados. Tal es el caso de la Clínica Tamargo, inmueble incluido dentro de la tipología de las casas-almacenes, un rasgo muy yumurino dentro de la historia de la arquitectura cubana, al aprovecharse el declive del terreno para corresponder dos funciones: la vistosa residencia, por una fachada, y por la otra los locales habilitados para el comercio por la cercanía del río San Juan.
Pese a su exclusividad la Tamargo no encontró la acogida de nuestro tiempo, y por ello cerca de catorce jóvenes de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) le dieron vida nuevamente con la intervención de su espacio y bajo la frase Aquí no vive nadie.
Se enfrascaron por cerca de dos meses tanto en la terminación de las obras expuestas como en la investigación histórica del lugar, la curaduría y más adelante en el saneamiento del edificio. Muchísimo trabajo, reconocen sus hacedores en medio de luces y sonidos que acentúan la presencia de las piezas y sus mensajes. Muchísimo trabajo, vuelven y vuelven a repetir.
Y sí, hubo varias sorpresas: desde una alocución abierta a Matanzas, quizás, para despertarle; hasta la presencia de Katia Uliver, ella misma su obra, perpetuada en la inmensidad de las épocas, recostada en un sillón, con relojes que imponen su propio toque e imbuida en un sueño o ausencia que nadie intentó mellar.
Todavía no anochece del todo y en la calle Narváez continúa el bullicio, tal como sucedía en otro tiempo lejano cuando era el centro de la incipiente economía matancera, donde el azúcar forjaba una ciudad neoclásica tildada hoy como “excepcional”.
Entre todos y con su mochila de metal fundido, Lilliam Cedeño luce su pieza que ha llamado Un paseo intelectual, al cargar con todos aquellos textos que, en lo individual, le han aportado y aportan.
Desde un comienzo quisimos eso, crear obras que se relacionarán con espacios ruinosos, para romper el esquema tradicional del artista y su galería. Nos movió el interés de apropiarnos del contexto y retroalimentarlo, a su vez, con el aliento que desprende la creación, apunta.
¿Por qué escoger precisamente este inmueble?
Creo que el hecho de fungir como una clínica en un momento de su historia nos entusiasmó, al entreverla desde la concepción terapeuta del arte.
Carlos Miguel Oliva, profesor de la Escuela Profesional de Artes y otro de los hacedores inmersos, cree que los mueve precisamente la inquietud e inconformidad de los jóvenes artistas, que si bien no pueden ni conservar o reconstruir; pueden, en cambio, centrar la atención en lo bello que se pierde.
La fotógrafa Adriana Riera también quiso llegar a igual punto, y para ello situó bajo cielo abierto y tras los restos de un meticuloso trabajo en madera su instalación Besos robados al tiempo. Lejos de lo que se puede pensar no agrupó aquí su obra sino la de sus familiares apegados al universo periodístico. Allí, en medio de aditamentos y soportes fotográficos de décadas pasadas, resurge la otra Clínica Tamargo, entonces la Dirección municipal de Educación, erguida y con el ajetreo de la vida.
En medio de la noche matancera y ya a punto de finalizar Aquí no vive nadie, algunos soñadores abogaron por realizarla nuevamente en el contexto citadino, propusieron extenderla a otros espacios ruinosos y otros, quizás los más atrevidos, aspiran a una mayor convocatoria del resto de las instituciones culturales y representantes del Gobierno local para burlar lo efímero y crear esa perenne provocación a la ciudad.
Jóvenes y no tan jóvenes esperaban por la inauguración de un acto creativo totalmente efímero, pero sí necesario para los que pueblan esta urbe de valores arquitectónicos, muchos de los cuales se encuentran en el olvido o depredados. Tal es el caso de la Clínica Tamargo, inmueble incluido dentro de la tipología de las casas-almacenes, un rasgo muy yumurino dentro de la historia de la arquitectura cubana, al aprovecharse el declive del terreno para corresponder dos funciones: la vistosa residencia, por una fachada, y por la otra los locales habilitados para el comercio por la cercanía del río San Juan.
Pese a su exclusividad la Tamargo no encontró la acogida de nuestro tiempo, y por ello cerca de catorce jóvenes de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) le dieron vida nuevamente con la intervención de su espacio y bajo la frase Aquí no vive nadie.
Se enfrascaron por cerca de dos meses tanto en la terminación de las obras expuestas como en la investigación histórica del lugar, la curaduría y más adelante en el saneamiento del edificio. Muchísimo trabajo, reconocen sus hacedores en medio de luces y sonidos que acentúan la presencia de las piezas y sus mensajes. Muchísimo trabajo, vuelven y vuelven a repetir.
Y sí, hubo varias sorpresas: desde una alocución abierta a Matanzas, quizás, para despertarle; hasta la presencia de Katia Uliver, ella misma su obra, perpetuada en la inmensidad de las épocas, recostada en un sillón, con relojes que imponen su propio toque e imbuida en un sueño o ausencia que nadie intentó mellar.
Todavía no anochece del todo y en la calle Narváez continúa el bullicio, tal como sucedía en otro tiempo lejano cuando era el centro de la incipiente economía matancera, donde el azúcar forjaba una ciudad neoclásica tildada hoy como “excepcional”.
Entre todos y con su mochila de metal fundido, Lilliam Cedeño luce su pieza que ha llamado Un paseo intelectual, al cargar con todos aquellos textos que, en lo individual, le han aportado y aportan.
Desde un comienzo quisimos eso, crear obras que se relacionarán con espacios ruinosos, para romper el esquema tradicional del artista y su galería. Nos movió el interés de apropiarnos del contexto y retroalimentarlo, a su vez, con el aliento que desprende la creación, apunta.
¿Por qué escoger precisamente este inmueble?
Creo que el hecho de fungir como una clínica en un momento de su historia nos entusiasmó, al entreverla desde la concepción terapeuta del arte.
Carlos Miguel Oliva, profesor de la Escuela Profesional de Artes y otro de los hacedores inmersos, cree que los mueve precisamente la inquietud e inconformidad de los jóvenes artistas, que si bien no pueden ni conservar o reconstruir; pueden, en cambio, centrar la atención en lo bello que se pierde.
La fotógrafa Adriana Riera también quiso llegar a igual punto, y para ello situó bajo cielo abierto y tras los restos de un meticuloso trabajo en madera su instalación Besos robados al tiempo. Lejos de lo que se puede pensar no agrupó aquí su obra sino la de sus familiares apegados al universo periodístico. Allí, en medio de aditamentos y soportes fotográficos de décadas pasadas, resurge la otra Clínica Tamargo, entonces la Dirección municipal de Educación, erguida y con el ajetreo de la vida.
En medio de la noche matancera y ya a punto de finalizar Aquí no vive nadie, algunos soñadores abogaron por realizarla nuevamente en el contexto citadino, propusieron extenderla a otros espacios ruinosos y otros, quizás los más atrevidos, aspiran a una mayor convocatoria del resto de las instituciones culturales y representantes del Gobierno local para burlar lo efímero y crear esa perenne provocación a la ciudad.
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