La hora de la madre

Yosvany Albelo Sandarán

Cuando de inocentes infantes descubrimos  en Elpidio Valdés que los españoles llamaban la Madre Patria a su país de origen, ignorábamos cuando recordaríamos la frase, más de treinta años después.
Corre 2015 por la mitad y Cuba juega contra los Estados Unidos en béisbol, que no es un deporte, no, es quizás la expresión cultural más arraigada y compartida entre dos vecinos que han sido antagonistas históricos en este y en campos mucho más minados.
Hay quien opina que no puede mezclarse la política con la pelota, y es incierto. En el caso cubano resulta imposible soslayar a la primera cuando se habla de la segunda y toda la tragedia que se vive actualmente. Tragedia, sí, no drama, ni crisis, ni pasajero temporal.
Cubano que no sufra con lo que pasa hoy en la pelota, no es cubano, y que no se hable de que el fútbol desplazó al beisbol, que cuando España fue justamente éste el que sepultó al mismísimo Masantín el Torero en el anonimato del gusto popular criollo. Y ahora puede que Sergio Ramos haya sido recibido como un mariscal –como corresponde por cierto, a nuestra idiosincrasia hospitalaria-, mientras Ken Grifffey Jr. Se marchaba cabizbajo de un estadio cubano, donde ni anunciaron su presencia.
La cosa es que al parecer hay mucho cubano con poder que no sufre, o al menos, no hace nada para alejar el dolor que le causa a MILLONES de aficionados, la partida aparentemente inevitable de sus mejores estrellas en busca de un sueño.
La solución ni remotamente está a la mano. Leo y releo artículos sobre el tema, y francamente hay pocas propuestas. Una que se ha repetido, y por ende, debe ser analizada, implica un cambio en la política.
Durante años, los atletas que se marchaban del país fueron tildados de traidores, o desertores. Una palabra que aplica bien para hombres como Yadiel Hernández, Luis Yander La O, Vladimir Gutiérrez o Dainer Moreira, quienes abandonaron delegaciones oficiales en plena competencia, y eso, en mi muy humilde posición, y alejado de la política, sencillamente no se hace, porque deja colgados de la brocha a su director, que lo seleccionó con un propósito, a sus compañeros, y a los fanáticos que deseaban ser representados.
Otros tuvieron a bien exponerse al riesgo nada recomendable de cruzar el mar en lancha, o entregar sus destinos a inescrupulosos –jamás fue mejor usado un adjetivo- mercaderes del tráfico humano, y otros sencillamente solicitaron decentemente su permiso para emigrar y se fueron.
   ¿Y ahora que tocaría? No creo que seguir contemplando ese espectáculo impasiblemente sea una opción. Cuba, y cuando digo Cuba me refiero tanto al Gobierno como a sus autoridades deportivas, como a toda su población, debería dejar el orgullo a un lado y tomar la iniciativa de una vez en este juego en el que solo ha estado a la defensiva.
  El fin del bloqueo puede ser la salida, pero en lo que el Congreso americano se pronuncia, bien pudiera ser la Isla la que dé un golpe de efecto: convocar a todos sus atletas, estén donde estén, vivan donde vivan, ganen lo que ganen, a militar en las preselecciones nacionales de sus respectivos deportes, a quienes deseen jugar la Serie Nacional previo acuerdo con sus respectivos clubes, a quienes quieran regresar porque el tiro les salió por la culata, en fin, a todos los que migraron de una forma u otra.
   Y no me refiero solo a los peloteros. Desde Dayron Robles hasta el más humilde jugador de polo acuático, pasando toda la generación actual de voleibolistas, y aquellos que ya retirados del deporte activo pudieran aportar sus conocimientos debieran ser convocados a su país de origen. En definitivas cuentas, no dejaron aquí cuentas pendientes ni jurídicas ni económicas, pues la mayoría pagó con creces la inversión que se hizo en formarlos como seres humanos.
   Porque por cierto, no puede desconocerse el hecho político, de que todos son hijos de la Revolución, y aunque algunos sean millonarios, jamás podrán olvidar la formación humanista que recibieron. Y si la Revolución es capaz de sentarse a dialogar con el enemigo –otra palabra típica de la retórica de la Guerra Fría, pero no hay mejor apelativo posible para designar a un poder que causó 3 mil muertes directas, y las que no se pueden contabilizar por la asfixia económica, prohibido olvidarlo-, entonces ¿cómo no  es capaz de abrir los brazos a sus hijos más esquivos, como una madre recibe a aquel que un día decidió buscar su camino en otra parte.  Es entonces, la hora de la madre.
   Es que no se trata de que sean “perdonados” porque no cometieron delito. Se trata de aceptación de una realidad diferente, que en ninguna medida puede afectar el rumbo socialista de un proyecto como el cubano, donde la salud y la educación gratuitas, la cultura y deporte para todos, la seguridad social y la ciudadana, están por encima de cualquier discusión, o son más importantes que la dualidad monetaria, el cuentapropismo, las empresas mixtas y el turismo, aunque para que existan aquellas, tienen que triunfar estas.
   El deporte, y no solo la pelota, es política en Cuba. Porque ¿qué mejor política de masas puede haber que el saberse dignamente representado por NUESTROS mejores atletas en eventos internacionales? ¿O cuando el cortador de caña madruga más contento porque su equipo del alma le ganó a su rival la noche anterior? ¿O cuando familias enteras son convocadas espontáneamente al estadio por algo más que un simple resultado deportivo?
   Si el bienestar popular no es política, entonces que nos fusilen a los aficionados al deporte, que en Cuba es, sin temor a equivocación, el principal espectáculo masivo, y la pelota, la expresión más genuina de nuestra cultura popular.

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