La Virgen y el retorno inevitable (+Fotos)

Hay monumentos que trascienden las creencias, las ideologías. El Santuario Nacional de Brasil a la Virgen Aparecida es uno de ellos. Al visitar la Basílica consagrada a la Patrona de esta nación, se atropellan los sentidos ante la magnificencia de la obra humana, movida por la fe. Importa poco en ese momento qué tan católico o siquiera cristiano pueda ser el recién llegado, o si no profesa religión alguna más allá que hacer el bien.
Sobrecoge el tamaño de las estructuras y más aún el número de personas que se agolpan para presenciar una de las 7 misas que cada domingo se ofician allí, de lunes a viernes son 5, y 6 los sábados. Más de cien mil almas se disputan durante el día un momento para acercarse a la imagen de la virgen, encontrada, según la historia local, el 17 de octubre de 1717 por tres pescadores que buscaban comida para ofrecer alimento a Don Pedro de Almeida Portugal, temido Conde de Assumar, de recorrido por el río Paraíba para sofocar una de las tantas revueltas que se sucedían entonces.
La imagen de terracota permaneció en una capilla hasta la construcción del primer templo en 1745, pasó después a una iglesia en estilo barroco en 1888, hasta que en 1982 se trasladó hasta su lugar actual: una imponente edificación de ladrillo, sobre una colina que domina la ciudad de Aparecida del Norte, a unos 180 km de la capital del estado de Sao Paulo.
 

Aparecida en números
La Basílica fue proyectada en estilo románico por el arquitecto Benedicto Calixto y su construcción comenzó en 1955. El interior del templo todavía está en proceso de acabado, con obras del artista Claudio Pastro. Es la segunda mayor Basílica del mundo, solo superada por la Catedral de San Pedro en el Vaticano y tres Papas la han visitado.
Valgan los siguientes números para ilustrar la inmensidad del sitio:
-25 millones de ladrillos, 40 mil m3 de concreto, 25 mil m2 de granito en el piso interior.
-Capacidad para 70 mil personas, 1200 funcionarios, 6 millones de velas encendidas anualmente.
-Estacionamiento para 6 mil carros y 4 mil ómnibus.
La ciudad de Aparecida cuenta con apenas 35 mil habitantes, sin embargo, es capaz de recibir 11 millones de turistas al año, todo un reto en materia de infraestructura para la prefectura local.
 Los medios de hospedaje suman 33 mil camas, las ganancias que deja el turismo religioso para la urbe son de consideración, toda vez que se estima que como promedio, un visitante de un solo día gasta cien reales, algo más de 40 dólares, al cambio actual, y ello no describe ni por asomo el consumo de bienes de todo tipo que genera, especialmente si el peregrino pernocta.
 

Asombro y admiración
Más allá de los números sumamente expresivos, la impresión que causa la llegada al Santuario Nacional es imposible de describir a partir de estadísticas. Si bien la capacidad de los parqueos oficiales es enorme, un domingo es común encontrar vehículos de todo porte dispersos por la ciudad, lo mismo en estacionamientos “irregulares” que en plena vía pública, por lo que resulta fácil concluir que la cantidad de visitantes supera ampliamente las capacidades que ofrece la Basílica.
La policía dispone de números específicos para ayudar a turistas perdidos, o a los visitantes a encontrar a sus familiares extraviados. Se cuenta con un punto de encuentro, al cual acuden aquellos que perdieron contacto con sus acompañantes, y un locutor constantemente da cuenta por los altavoces de las personas que son reclamadas en el ómnibus mientras aguardan por el regreso a sus lugares de origen.
El mirador de 18 pisos, el museo, un centro de apoyo al peregrino con más de 300 tiendas y centros de alimentación, la Pasarela de la Fe, trazada por el conocido arquitecto Oscar Niemeyer, el teleférico, la feria gigantesca, el acuario y un gimnasio con capacidad para 8 mil espectadores, el Presepio, donde cada quien echa sus monedas con la esperanza de que le sean devueltas con prosperidad, son algunos otros atractivos que hacen del lugar, un sitio para pasar todo un día de esparcimiento, independientemente de las ideas que se profesen.

El Santuario Nacional cuenta con un canal de televisión en alta definición, que transmite diariamente, incluyendo varias misas a la semana. Hoteles de diverso porte y jerarquía ofrecen sus servicios, algunos de ellos enclavados en inmuebles históricos de origen religioso.
Las misas superan la hora y media, y miles de feligreses las escuchan de pie, pues los bancos disponibles no alcanzan. Un desfile interminable pasa ante la imagen de la Aparecida, empotrada en la pared, en una cámara revestida en oro y piedras preciosas, y protegida por vidrios blindados, aunque ello no ha impedido que haya sufrido 3 atentados.
Cientos de devotos llegan tras caminar sobre sus rodillas, en cumplimiento de alguna promesa. La sala dedicada a estas últimas contiene miles de ofrendas, entre ellas algunas de personalidades sumamente conocidas como Ronaldo, quien colocó allí la camisa y una de las pelotas con las que se coronó campeón del mundo de fútbol en 2002, o las del extinto ídolo nacional de automovilismo Ayrton Senna.
Impresiona constatar la devoción con que se acercan unos y otros, y el respeto silencioso de los que admiran la entrega de seres a quienes ni siquiera conocen, por la creencia que les mueve. Y entre símbolos de todo tipo, los cubanos descubrimos a la Caridad del Cobre junto a las demás patronas latinoamericanas, en una extensa exposición dedicada a las vírgenes del continente.
Andar entre los establecimientos que venden lo mismo hermosas imágenes del Santuario, conocidas escenas relacionadas con Jesucristo, como los artículos más corrientes de vestir, se vuelve un calvario en ocasiones, por la aglomeración de seres intentando llevarse a casa un recuerdo, digamos, “original”. Mucho más, si el artículo adquirido allí puede bendecirse al final de cada misa.
Al final del recorrido, exhaustas las piernas, tal parece que se lleva a casa una gota de la historia de Brasil; como si un baño de tradición refrescara el cuerpo ante el esfuerzo del día entero y sobreviene el deseo de regresar a conocer aquello que no dio tiempo o no se pudo apreciar mejor. Los ojos se despiden de Aparecida, con la sensación de un retorno inevitable.(Texto y fotos: Yosvany Albelo Sandarán)



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