Juan Francisco Manzano, el color del talento humano

Si Juan Francisco Manzano (1797-1854), cuyo nacimiento  -la mayoría de las referencias bibliográficas consultadas lo ubican en La Habana-, hubiera llegado al mundo  en la segunda mitad del siglo XX, su historia hubiera sido otra; probablemente  ocuparía   un sitial prominente junto a los más talentosos creadores literarios cubanos, especialmente poetas y dramaturgos.
¿O quizás no?
Asalta la duda cuando se sabe que, tras haber obtenido la libertad, comprada con dineros de conmiseración, se eclipsó el talento del  esclavo mestizo Juan Francisco Manzano, como si aquella asombrosa habilidad que mostrara un día el analfabeto para hilvanar palabras en el aire se hubiese estado alimentado con las lágrimas de la sumisión más terrible, esa que trasunta su mutilada autobiografía y que todavía hoy, tantos años después, brinda tema para  comentar y especular a periodistas y a doctores en filosofía y letras de prestigiosas escuelas en el mundo.
Nacido bajo la propiedad  de doña Beatriz de Justiz Marquesa  de Santa Ana, esposa de don Juan Manzano, la infancia de Juan Francisco transcurrió como la de muchos otros hijos de esclavos domésticos en haciendas coloniales, favorecidos por la condescendencia del ama y de los padrinos de bautizo católico, que caritativamente otorgaban  privilegios a algunas de sus pequeñas piezas de ébano, con las que recreaban sus ratos de ocio sin permitir que los preferidos ”se rozasen  con otros negritos de la dotación”.

ALUMNO SIN MAESTRO
Como él mismo declara en su autobiografía, con explícita inteligencia  que adecua  valores discursivos de su época, evidentemente aprendió las letras mientras miraba y copiaba escritos de otros en tertulias ocasionales. Allí su mente inquieta hallaba  formas de recordar palabras, asociar sonidos y grafías sin que alguien explicitara ante él  la vocación  de maestro.
Es precisamente ese relato evocador  de consentimientos  infantiles y de crueles castigos en la adolescencia,   el que más trascendencia ha dado al quehacer letrado de Juan Francisco,  considerado iniciador de la narrativa antiesclavista desde una posición que lo sitúa como   testimoniante activo de la condición de cosa parlante, propiedad de otro, en las letras cubanas.
Cabe notar que la autobiografía –inconclusa— fue redactada por Manzano en 1835, de acuerdo con un encargo que le hiciera el imprescindible de las tertulias literarias a partir de 1834, Don Domingo del Monte (1804-1853), cuya pródiga intencionalidad  se vale de talentos naturales que reúne y cultiva en cenáculos activos en  las ciudades de La Habana y Matanzas. En ellos, al margen  de cualquier otra consideración, se forjó progresivamente la narrativa vernácula y germinaron  brotes de primera cubanía y antiesclavismo.
Manzano recitaba  sus propios versos, cosidos, dibujados, curados y aderezados como  sabía hacer en sus prácticos oficios, que él mismo anuncia  en su testimonio  --sastre, retratista-dibujante, enfermero y repostero--  palabra a palabra, trazando hilos de letras en su mente hasta formar frases cantarinas, ritmáticas,  encerradas luego en dobladillos y borlas imaginadas y archivadas para    rescatarlas cuando la ocasión demandase  asombro y sorpresa de parientes,  amigos y tertulianos, ora para fatuidad de sus amos, ora por  necesidad de  evidenciar dones y acrecentar la  propia valía.

DE MULATICO CONSENTIDO A CANDIDATO A LA HORCA
Coinciden analistas diversos en que el joven Juan Francisco alimentó su inspiración en los sufrimientos del encierro y el castigo, y utilizó el contraste perenne entre sus años tiernos de mulatico consentido con la conciencia así forjada de que era menester agradar y lucir, bajar la cerviz en el momento oportuno, tragar las lágrimas y guardar el orgullo incipiente dentro del pecho, bien hondo, para que no se percibiese, porque solo así, intuía ante lo impredecible, podría alguna vez  librarse del castigo mayor: la muerte por garrote vil o la cuerda en el cuello, cuando el pulgar implacable de algún juez salido de la nada colonial apuntase hacia la tierra, subrayando el inapelable designio.
Y llegaría a sucederle,  al mismo tiempo que a Gabriel de la Concepción Valdés,  Plácido, artesano de la peineta, mulato poeta y esclavo también, únicamente que este no había aprendido las habilidades  de sobrevivencia entre  esclavistas interiorizadas por Manzano,  que llegado el minuto crucial lograba evadir la sentencia mortal. Plácido no escaparía al verdugo.
Cantos a Lesbia fue el primer poemario que Manzano  dio a conocer a los lectores a partir de 1821, junto con poemas que publica en  Diario de La Habana, la revista la Moda –dirigida por Del Monte—y el Pasatiempo.
Con este poeta alumbra el texto afrocubano, apuntan  estudiosos, quienes atinadamente señalan que fue elogiado en su tiempo, aunque explícitamente inadvertido por quienes desde  docta crítica lo enjuician a mediados del siglo XX. 
Ciertamente su autobiografía ha sido  motivo de especulaciones y debates respecto de  cuánto en ella fue ideológicamente inducido por el pensamiento antiesclavista de su patrocinador principal, y cuánto resultó espontáneo, pero es innegable  que ella, analizada desde la contextualidad de su época, expresa un testimonio genuino y revelador de indiscutible talento natural.
También el teatro fue inquietud de Manzano.  Su obra en verso Zafira,  tragedia en cinco actos,   aparentemente no vinculada con sus experiencias como esclavo cubano,  fue publicada en 1842, cuando ya Juan Francisco era “hombre libre”.
Esa condición la obtuvo tras  conocerse su  poema “Mis Treinta Años”, cuando  una colecta entre simpatizantes letrados reunió los 850 pesos que exigía el amo para concederle al bardo negro la condición escrita de hombre libre, aunque de hecho  sujeto a todos los prejuicios, tribulaciones y acechanzas, de un ser humano de su condición..
¿Habría sido otra la historia de haber nacido a mediados del siglo XX este poeta fundacional y polémico? La respuesta  corresponde a quienes, como él, aprendieron lo suficiente   para comunicar a otros el sentimiento  de la libertad, con el color del talento humano, el más  preciado de  los dones de la mente lúcida.
Valoraciones
«"(...) el temperamento nativamente sobreabundante y fantasioso de Manzano tuvo que conocer hasta las heces las amargas leyes de la necesidad, el peso abrumador del destino. Si esto destruyó su alegría y lo condujo definitivamente al silencio, le dio también a su palabra su mayor despojamiento y gravitación (...) El romanticismo aquí responde a una verdadera necesidad: no hay en él nada superfluo ni falso.
Manzano tuvo el peso estoico de su vida. Manzano trae la imagen del fuego atado al tronco que lo alimenta.
Era muy difícil que Manzano lograra un poema completo sin caídas, máxime cuando en su época la calidad poemática estaba ligada a los recursos retóricos. Lo más frecuente en él era el acierto aislado y súbito, delator de una gracia poética irreprimible." Cintio Vitier

«"Los versos de Manzano no pasan de balbuceos más o menos felices; sorprendentes, eso sí, en quien sólo por su voluntad y personal esfuerzo logró salir de la ignorancia."»
Max Henríquez Ureña

Bibliografía consultada:
•    Ecured http://www.ecured.cu/index.php/Juan_Francisco_Manzano
•    Poesía Social Cubana. Ed Letras cubanas, La Habana, 1980.
•    Juan Francisco Manzano, autobiografía de un esclavo. Páginas de Internet.
•      —«Obras de Juan Francisco Manzano», biblioteca   básica de autores cubanos. Instituto Cubano del Libro, 1972. La Habana.
•    “Suite para Juan Francisco Manzano”,   Roberto Friol, biblioteca básica de Literatura  Cubana. Editorial Arte y Literatura, 1977, La Habana
•    Juan Francisco Manzano y Domingo del Monte: El cerco político de la plantación. Rafael E. Saumell. San Houst State University, Texas, EE. UU.

(Por: Roberto Pérez Betancourt)(22/05/2015)


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