La palabra a Martín Hernández

Hay seres que trascienden el tiempo y las circunstancias. Son los que pueden tomar la palabra aunque físicamente no se encuentren entre los vivos. Así es el cienaguero(*) Martín Hernández, un hombre sencillo, de una fuerza tremenda.
La primera vez que tuve noticias de él fue a través del periódico Prensa Libre,  el 26 de julio del año 1953, el mismo día en que Fidel Castro y un grupo de sus compañeros asaltaron los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en un intento encaminado a derribar la sangrienta dictadura de Fulgencio Batista.
--- El fotógrafo nos puso delante del bohío donde vivíamos, a mí y a siete de mis hijos, desnudos y muertos de hambre. La foto la publicaron porque estaban haciendo propaganda. Un ciclón había dejado sin nada a los que habitábamos en la Ciénaga de Zapata y la ayuda que nos habían prometido no se veía por ninguna parte, y jamás se vio...
  Así me contó el viejo Martín de 80 años de edad la última vez que conversé  con él, hace muchos años, cuando todavía su mente estaba lúcida y sus ojos relampagueaban de entusiasmo por la vida nueva que les había nacido a los cienagueros después del triunfo de la Revolución cubana, decía.
  ---Tuve 15 hijos, más de 70 nietos y una cantidad de biznietos que ni yo mismo sé bien. Yo vivía en Playa Morena, un poco más pa’llá de Playa Girón (Bahía de Cochinos), y sentí clarito el tronío de la metralla cuando la invasión de los mercenarios en abril de 1961. Si hasta se podía ver las balas  trazadoras, como cocuyos que volaban.
   El día 17 los invasores apresaron a Martín y a dos de sus hijos, y les ordenaron que cavaran trincheras para sus tropas. El viejo cienaguero se acordó entonces de todo lo que había vivido entre los pantanos y la “montaña”, como le llaman a la zona donde no llega el agua.
  ---Yo era hachero y me pagaban un centavo por la arroba de carbón. Un día los latifundistas me botaron del horno y tuve que ir a “burrear” leña en Caleta Buena, donde me daban cuatro centavos por cada saco de 18 arrobas que cargaba sobre las espaldas, desde el muelle hasta las barcazas. Pagar es un decir, porque lo que recibía realmente era un vale para comprar en una bodega.
   En la historia de Martín hubo muchos días en los que no  pudo llevar de comer a sus hijos. Entonces recurría al ingenio: cigua (especie de molusco) que recogía en la costa y la salcochaba, una maravillosa jutía cazada en el monte con puntería de lanzador de béisbol de grandes ligas, o guanito con miel de la tierra para engañar a las tripas.
  La esposa de Martín nunca conoció a un médico en ninguno de sus partos. Sus hijos jamás supieron el significado de la palabra escuela, ni se calzaron un par de zapatos. Sus camas eran de palo seco, y cuando hacía frío se tapaban con hojas de plátano.
  --Yo hacía comparaciones y me enfurecía, y oía a los invasores aquellos diciendo que traían armas para tumbar al comunismo. Querían que la gente de la Ciénaga se les unieran y se apuntaran para pelear al lado de ellos. Pero mis hijos y yo, como la mayoría de los cienagueros, nos acordábamos de muchas cosas, de muchas...
  ---Así que les dije: “Miren, como no tengo herramientas para abrir los huecos, voy a ir más pa’lante a recogerlas”. Ahí mismito aprovechamos y en cuanto nos quedamos solos tumbamos mi cría y yo pa’l medio de la Ciénaga, porque allí, entre los pantanos, sabíamos que nadie nos podría agarrar, y yo estaba seguro que los revolucionarios íbamos a ganar.
  Después, en su humilde vivienda del poblado de Caletón, Martín  habló de los planes que tenía y de las esperanzas de sus hijos y nietos, y vi en los ojos de ese hombre de piel curtida el orgullo nacido de las raíces, cuando afirmaba que su mayor capital lo tenía en su familia: “toiticos aquí, formando un gran nudo, apretado y firme.”
  Comprendí entonces que el viejo Martín Hernández un día se despediría de este mundo orgulloso de trascender el tiempo con la fuerza de la memoria multiplicada. En eso anda, como ahora mismo, que recién acaba de retomar aquí la palabra para recordar instantes imborrables de la historia, 53 años después de la heroicidad cubana en Playa Girón.


(*)cienaguero: natural de la ciénaga, Diccionario Cervantes, de F.Alvero Francés, III Edición Instituo Cubano del Libro. 1976
(Por: Roberto Pérez Betancourt).

Post a Comment

Artículo Anterior Artículo Siguiente